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Sociedad

Revista destaca logros de futbolista cristiano estrella del club argentino River Plate

Mar 9, 2007
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La prestigiosa revista colombiana Cromos, una de las más antiguas publicaciones seriadas de Colombia, realizó una interesante crónica sobre la espiritualidad de uno de los mejores futbolistas del momento, que desempeña sus funciones en la primera división del país gaucho.

El siguiente es contenido del texto publicado por Cromos en su más reciente edición, que entre otras cosas celebra los 80 años del nacimiento del escritor Gabriel García Márquez, el único ganador de un Premio Nóbel en la historia de ese país:

Falcao, Con los Guayos de Dios
Por segunda vez, después de una lesión de ocho meses, este delantero colombiano se convirtió en estrella del club argentino River Plate. Los argentinos lo admiran por sus goles y su talento, pero él dice que le debe todo a su Iglesia.

El baterista termina la canción con el ‘crash’ del platillo y Radamel Falcao García, junto a los Locos por Jesús, canta:

“Toda la hinchada gritará: abajo los palos, arriba las manos y el ¡gol!”.

Después el orador sonríe, abre La Biblia y, con las manos levantadas al Señor, comienza un sermón que habla de tiros libres, fueras de lugar, pases al vacío y tarjetas rojas. Así viven el fútbol y la religión.

“Cuando el miércoles me expulsaron injustamente en la Libertadores, sentí mucha bronca”. Los fieles asienten con la cabeza.

“Entonces pensé en las palabras de la Biblia: ‘La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones’ ”. Cierra los ojos y toma un segundo aliento.

“Por eso me preparé con disposición y actitud para el partido contra Racing, sabía que Él no me iba a dejar solo”.

Termina la ceremonia y todos abrazan al joven líder espiritual que compartió su experiencia. Es Falcao, quien por estos días es el futbolista de moda en Argentina, luego de marcar dos goles en la victoria de su equipo, el poderoso River Plate, contra Racing Club de Avellaneda.
Falcao, como le gusta que le digan (porque evoca al astro brasileño Paulo Roberto Falção), nació en Santa Marta en 1986, pero fue criado en Bogotá. Sus tardes de infancia las combinaba entre los entrenamientos del equipo de fútbol Fair Play y la Iglesia cristiana La Casa sobre la Roca, hasta que un empresario lo vio y le propuso probarse en Argentina. Con el apoyo de su padre, el ex jugador de Santa Fe, Radamel García, el quinceañero se fue a mostrar su calidad.

Aterrizó en Buenos Aires soñando con volverse ídolo, con ver su foto en las tapas del diario deportivo Olé y de la revista El Gráfico. Silvano Espíndola, entrenador –y pastor– colomboargentino, ya le había contado sobre la euforia de los gauchos por el fútbol, y le había recreado una y mil veces los partidos que él jugó al lado de Diego Maradona.

A pesar de la ilusión, las primeras noches bonaerenses fueron largas, eternas. El frío era asesino y el colombiano no lograba adaptarse a esa ciudad enorme y llena de extraños. Del hotel en el que vivía con sus compañeros de la octava división, salía en las mañanas a entrenar. Y del entrenamiento volvía directo al hotel, una y otra vez.

Hasta que una de esas tardes de soledad y nostalgia recibió la llamada de Jorge Ramos. Lo había visto en una foto de prensa celebrando un gol de la selección colombiana prejuvenil con una camiseta que decía “Jesús es el Señor”, y quería invitarlo a participar en una reunión de Locos por Jesús: un grupo de deportistas que se reúnen para compartir sus experiencias dentro y fuera de la cancha, leer la Biblia y conocer más a Jesucristo.

Por allí han pasado futbolistas como Jonathan Santana, Aníbal Matellán, Gonzalo Ludueña y los colombianos Killian Virviescas y Jairo Patiño. Falcao aceptó desconfiado, pero, con el paso de las tertulias, se adaptó.

Su fútbol creció como su fe. A punta de goles escaló las divisiones inferiores y fue dejando atrás a decenas de noveles futbolistas que soñaban con llegar a primera. Y en cada entrenamiento, cada viaje y cada partido, convocaba a sus compañeros para que asistieran los lunes a las 9:00 de la noche a un salón cerca de la iglesia Rey Jesús, en el barrio Palermo, para hablar, comer algo y encontrar apoyo. “No importa de qué religión seas –les decía, y aún les dice–. Uno piensa que el fútbol te da toda la alegría, pero se siente cierto vacío, que en mi caso lo llena Dios”.

Los años pasaron y su nombre se hacía cada vez más frecuente en las listas de los posibles debutantes del primer equipo de River. Pero jugadores reconocidos como ‘el Burrito’ Ortega y ‘el Muñeco’ Gallardo llegaron desde Europa para reforzar el ataque. En ese momento se sintió más lejos que nunca del profesionalismo. Fue entonces que volvió a esculcar en su colección de versículos, y rescató uno que le enseñó su madre, y que hablaba de cómo el lugar que Dios le había dado, lo haría prosperar.

Debutó un mes y medio después. El resultado: siete goles en siete partidos y el reconocimiento de la gente: “¡Grande colombiano!”, le gritaban los de River por la calle. “Maldita gallina”, le respondían los seguidores de su archirrival, Boca Juniors.

Pero una lesión acabó con sus dos meses de gloria. De los clásicos del domingo, pasó a las fisioterapias. Y de los picados de entrenamiento, a la piscina a fortalecer su rodilla derecha. “Ya está… a soportar”, dijo cuando se enteró de la noticia. Y Ramos, su guía, lo secundó: “Es un buen cristiano, tiene fe en que la recuperación sea menor”.

Se dedicó entonces a visitar futbolistas lesionados, o con problemas de drogas o alcohol. También a estar con sus hermanas y su mamá, a disfrutar del asado argentino, de las reuniones con sus amigos, de las caminatas por la ciudad, del rock, del reggaetón, de la música electrónica…

Ocho meses pasaron hasta que volvió a las canchas. Y ahora, con 21 años, volvió a ser el delantero hambriento, el goleador frío, el que confiesa que es Dios quien le dio la oportunidad de volver a ser figura.

Por eso, tras el segundo gol a Racing, Falcao se dio la bendición y apuntó al cielo con el índice. Daba gracias por volver a oír su nombre coreado por los Borrachos del Tablón, la barra más brava de River. Y recordó una canción del grupo de rock cristiano Rescate, que tanta fuerza le dio en los momentos más angustiosos:
“Amaneció, hay que salir otra vez a la cancha…”.

Por German Garavito

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