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Sociedad

Regreso del “Todopoderoso”

Sep 10, 2007
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Lo cierto y verdadero es que el Dios que es protagonista de las películas de Hollywood es de lo más simplista que se pueda imaginar. Y las tres cintas que tenemos ahora mismo en la mente, films en los cuales Dios, no Cristo, es un personaje de primera línea, se parecen enormemente unas a otras.

Por ejemplo, vimos la supe-producción de John Huston “La Biblia”, de 1966, y Dos le ordenó a Noé (que es el mismo Huston, que se asignó la parte del león en su propia historia, porque esa es una Biblia sui géneris), que se fajara a construir toda una enorme arca e introdujera en ella a dos animales de cada especie, o sea, lo mismo dos corderos que dos tigres y leones, lo mismo (nos imaginamos, porque nunca los veremos en el film) dos gusanos que dos hipopótamos, y hasta dos aves de cada tipo, lo cual es algo incongruente porque esas vuelan y no tenían que navegar encerradas), sin explicarnos cómo demontres tigres y ovejas podían permanecer juntos durante semanas y semanas sin que los primeros se comieran a las segundas (a menos que no hiciera otro milagro: convertirlos a todos en vegetarianos), y tampoco cómo los pequeños e ínfimos como los citados gusanos evitaban ser pisados por los mastodónticos, y así le vemos haciendo desfilar a todos esos bichos y luego flotar sobre las aguas que cubrían todo el orbe.

Perfecto… aunque todo ello, leído y aceptado por pura y perfecta fe, se sienta muy bien, pero visto, teniendo en frente a todos aquellos motrúcalos desfilando hacia el interior del Arca (arca que, para tantos, debió ser mucho mayor, pero es posible que en época tan antigua no hubiera tantas especies, o que Noé discriminara), no nos parece tan verosímil, por mucha que sea la fe.

Luego, uno muy parecido al presente, el viejito del tabaco, George Burns, fue Dios en “Oh,God”, y convenció a John Denver, que no era más que el gerente de un supermercado, a que esparciera la “buena nueva” en el caótico mundo de 1977, cosa que, luego de muchos sobresaltos y de no creer, como le sucede ahora a Steve Carell, pues que el humilde mercachifle se decidió a hacer, o sea, se convirtió en un creyente de primera categoría y emprendió la muy difícil tarea de perifonear la palabra divina. Y lo más increíble fue… que le creyeron. Y tanto le creyeron que la película, sin ser un “best seller” o “blockbuster” o cómo le quieran decir gustó al público y a la crítica.

Y tanto le creyeron que los de Hollywood también aceptaron como buena y válida esa palabra divina esparcida por Denver y, tres años después, hicieron una secuela, “Oh, God, Book II”, pero esta vez no se les dio tan bien el milagro porque no gustó tanto al público y mucho menos a la crítica.

Y ahora es Steve Carell, un actor con un rostro pétreo, que luce impasible casi todos los minutos que aparece en pantalla, pero cuya aparente estolidez esconde resortes eficaces para la comedia ligera, es el John Denver del 77, mientras Morgan Freeman (por aquellos de evitar en todo lo posible que se les diga discriminan y ya fue el mismo personaje en “Bruce Almighty”) es Dios, un Dios simpático que gusta de hacer bromas y chistes y que al parecer tiene como segundo oficio ser domador y coleccionista de animales porque los consigue por cientos y los ubica en el instante y el lugar precisos, y vuelve sobre lo mismo que Burns: a que Carell, que ahora es el congresista Evan Baxter, anuncie la buena nueva de que viene un diluvio y, mientras, construye, con la ayuda de su esposa y sus tres hijos, nada menos que un Arca tan gigantesca que quepan en ella todos esos animales.

DE LA HISTORIA
Por supuesto, si Evan hace lo señalado no es por gusto sino porque Freeman, o sea, Dios, le pone de vuelta y media para que se decida a hacerlo. Nadie va a explicar cómo cinco personas normales de ciudad van a poder construir semejante trasatlántico a la rústica, muy a pesar del manual para construir arcas que le regala Dios a Evan, pero sí está muy aceptable que no bien este último tiene por fuerza que dejarse la barba y andar con una batola al estilo siglo X antes de Cristo todos le tomen por más loco que la popular Barajitas de los años 50 en Santo Domingo. Claro, es una fantasía, tan fantasía como “La Biblia” o la “Oh, God”.

Sin embargo, el guionista Steve Dodekerk se cuida de que no le digan que se le fue la mano. Es por esa razón que, bien, milagros, que los hay, desde la misma aparición de Dios que esté en todas partes hasta el cúmulo de animales reunidos para el show. Pero lo del diluvio se ve reducido a detalles más elementales y, sobre todo, más terrenales, como lo es la corrupción de altas autoridades gubernamentales, y que la “conversión” de Baxter no tenga por qué ser permanente.

No es Tom Shadyac un director de cine que vaya a deslumbrar a nadie con un despliegue de elementos cinematográficos que nos recuerde a Fellini o a Scott, pero por lo menos logra que su historia, la de Dodekerk, resulte llevadera, agradable, que funcione con cierta presteza que no nos da tiempo a sentirnos cargados o aburridos porque apenas pasa de la hora y media, lo cual es un gran ventaja en un relato cuyos datos pueden resultar reiterativos si se intenta siquiera exagerar para buscar más efectivismo de cara al espectador. Si se exceptúa la carga de animales, no hay otros detalles que estén fuera de la vida normal, no hay efectos especiales atronadores, no hay nada más que un guión con una buena inclusión de situaciones humorísticas y de “gags” visuales que son efectivos.

Sí, se hace evidente que la de Carl Reiner en 1977 fue algo mejor, pero la presente no es nada despreciable, y Steve Carell, el impasible buen actor humorístico, está muy bien en el rol principal, y Morgan Freeman, de nuevo Dios, nos cae bien, por lo menos tiene sentido del humor, una característica que nunca ha sido muy de los dioses, a menos que sean griegos o romanos.

Trailer:

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